Imagina que estás cara a cara con Dios para conocer su voluntad en cuanto a lo que debes darle. Imagina que le preguntas: ¿Qué quieres de mí, específicamente?. La respuesta que Él te dé puede diferir de la que le daría a alguien más. Probablemente, dependería de lo que valoras, pero desde su perspectiva, la respuesta siempre es la misma: ¿Dame tu corazón?.