El ministerio del profeta Miqueas se extendió a lo largo de 55 años. Su predicación fue paralela al reinado de Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá. Llevaba dos años de ministerio cuando murió el rey Uzías, el mismo año en que Isaías contempló la visión de Dios el Rey en el templo (Isaías 6).
Miqueas predica desde Judá, pero tiene la mirada puesta también en el reino del norte, Israel. De hecho, Miqueas será testigo histórico de la toma y destrucción de Samaria por parte de los asirios en el año 722 a.C. Se trata, pues, de un período intenso de amonestación, enseñanza, aplicación de la Ley de Dios a la vida nacional, diálogos y discusiones. La tragedia cae como látigo sobre el reino del norte, lo cual no es motivo de gozo. Se trata de una porción importante de la nación que se halla bajo pacto por parte de Dios.
El ministerio de Miqueas marca un “punto de quiebre” con carácter de urgencia para el reino del sur. Los asirios incluso atacaron Judá como represalia por la movida política de Acaz, rey de Judá, quien buscó la ayuda de los asirios usando como medio de pago la tesorería del palacio real y del templo (2 Reyes 16:8).
El rey Ezequías, quien sucedió a Acaz, aprendió las lecciones del momento histórico e impulsó una serie de reformas que le dieron nuevo aire a Judá. Sin duda, la predicación de Miqueas e Isaías influyeron en su capacidad de entendimiento para interpretar la coyuntura que le tocó vivir.
Estando en medio de este barullo político y religioso, se anuncia con brillo esperanzador el lugar de donde vendrá “el que será Señor en Israel” (Miqueas 5:2). La historia seguirá girando, los gobernantes vendrán y se irán, pero el plan de Dios seguirá avanzando y triunfará victorioso trayendo consigo la eternidad a lo temporal.