Es fácil soñar con la iglesia “perfecta”, una congregación que canta los himnos correctos con la música apropiada antes de que el pastor predique el sermón ideal en un auditorio lleno con personas justas que coinciden con usted en casi todo. Lo más probable es que su iglesia no tenga nada que ver con eso. Pero, ¿qué ocurre si, en vez de buscar una congregación que nos haga sentir cómodos, aprendemos a amar la nuestra, aun cuando constituya un desafío? ¿Qué pasaría si algo de la incomodidad que a menudo experimentamos es realmente bueno para nosotros?
Este libro es un llamado a acoger los aspectos perturbadores de la comunidad cristiana —trátese de creer verdades embarazosas, perseguir la santidad o amar a personas complicadas—, todo por el bien del evangelio, la gloria de Dios y nuestro gozo.