En algún momento de su vida, Jennie Allen se convenció de que ciertas emociones no eran buenas y de que no debía sentirse enojada, triste o frustrada. En el fondo, esas sensaciones seguían allí como respuesta a un mundo cada vez más brutal.
Ya sea que acumulaste tantas emociones que podrías explotar o que te disociaste tanto de ellas que no sabes lo que sientes, en este libro encontarás un reflejo de tu proceso, pues la autora ha pasado por ambas etapas. En los últimos años, sin embargo, aprendió a escuchar lo que las emociones trataban de decirle y descubrió una verdad que cambió todo para ella: los sentimientos no están para ser arreglados, sino para ser sentidos. Tienen la misión de conectarnos con nosotros mismos, con los demás y con Dios de una manera mucho más profunda de lo que podemos imaginar.