Estoy convencida por completo de que, cuando le entregamos a Dios nuestra primera hora del día, las veintitrés siguientes se sellan con el bien y la misericordia divinos. A través de estos "sorbos de fe", que durante tantos años le he transmitido a miles de radioyentes, televidentes, lectores, hermanos y amigos de diferentes latitudes, he concluido que lo que hace hermosa, llevadera y significativa nuestra vida es la Presencia de Dios. Entonces, su luz abre cada capullo interior, su paz establece el equilibrio y la cordura, y su amor hace que cada página de nuestra existencia sea plena y abundante.