Se siente un profundo temor cuando uno es llamado a comparecer ante un juez. Aunque sea solo por una multa de tránsito. Especialmente si uno comparece sin un abogado. ¿Cuál será la multa? ¿Habra una defensa? ¿Me declaro culpable, o pido un juicio?
Pero cuando comparecemos ante el tribunal de Dios, todo temor se disipa: ¡Se retiran todo los cargos! Pero ¿es verdad realmente? Hemos hecho tantas cosas que estamos convencidos de que no tenemos perdón. Pensamos: Tal como no se puede confiar plenamente en el sistema judicial, tampoco se puede confiar plenamente en el perdón de nuestros pecados.
Pero el martillo del juez interrumpe nuestros titubeos: Por causa de Cristo, se retira la demanda, no hay nada pendiente. ¡El defendido queda perdonado! ¡Para siempre! Este devocional nos lleva desde la corte terrenal hasta el trono de la gracia de Dios, y nos muestra cómo sucede esto para cada pecador, ¡sin importar cuan culpable sea!