¿Por qué siempre tengo la sensación de que me falta “algo”?
Jóvenes o viejos, solteros o casados, hombres o mujeres, en algún momento de la vida, todos nos enfrentamos a la soledad. Tratamos de llenar ese vacío o cambiar nuestras circunstancias para que ya no sintamos dolor, pero, ¿y si nuestras punzadas de soledad están destinadas a llevarnos a algo más grande?
En este estudio sobre varios aspectos de la soledad, Lydia Brownback nos recuerda el poder de Dios para redimir nuestra soledad y usarla en nuestra vida para acercarnos a Él. En definitiva, nos ayuda a ver que incluso cuando nos sentimos incomprendidas, desamparadas o abandonadas, nunca estamos realmente solas, Dios siempre está con nosotras, y solo Él puede satisfacer todas nuestras necesidades en Cristo Jesús.
Cuando la soledad nos cubre como un manto, nuestro instinto es buscar una salida. Cuando no conocemos a Cristo como nuestro tesoro, buscamos una salida en cualquier cosa que podamos ver frente a nosotras: ciertos hábitos o excesos, lugares a los que vamos e incluso ciertas relaciones. Parece que esas cosas no solo están más al alcance de la mano, sino que también, en cierto sentido, tendemos a culpar a Dios por nuestra soledad. No lo conoceremos como nuestro mayor tesoro si nuestra visión de Él está distorsionada, y cuanto más busquemos escapar de nuestro dolor en las cosas terrenales, más distorsionada será nuestra visión de Dios. En lugar de buscar una salida de la soledad, necesitamos ir a Jesús. Solo entonces descubriremos que Él es lo que hemos estado buscando todo el tiempo. Y solo entonces estaremos realmente dispuestas a “vender” nuestras posesiones y adquisiciones terrenales por amor a Dios y su reino.
Jesús dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?”. Y concluye todo esto diciendo: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26-28, 33). Gran parte de la soledad proviene de la reticencia o de la absoluta falta de voluntad de seguir a Jesús si hacerlo significa renunciar a cómo queremos que funcione nuestra vida.
INCLUYE GUÍA DE ESTUDIO