La vida cristiana normal es el gran clásico cristiano de Watchman Nee que desarrolla el tema central de “Cristo nuestra vida”. A partir de pasajes clave de Romanos, Nee revela el secreto de la vitalidad espiritual que debe ser la experiencia normal de todo cristiano. Su énfasis en la cruz y la resurrección de Jesucristo contiene ideas frescas que han demostrado ser una bendición para muchos.
Entonces, ¿cómo podemos vivir una vida cristiana normal? ¿Cómo entramos a ella? Por supuesto que debemos haber sido perdonados de nuestros pecados, es decir haber sido justificados, y como resultado tener paz con Dios; estos son los cimientos indispensables para una vida cristiana normal. Pero habiendo establecido en verdad esta base a través de nuestro primer acto de fe en Cristo, es claro por lo antes expuesto que debemos avanzar hacia algo más.
Vivimos una vida cristiana no victoriosa porque basamos nuestra salvación en nuestros méritos propios y no en los méritos de Cristo. Es Su sangre preciosa la que nos limpia de todo pecado y nos reconcilia con Dios.
Satanás nos acusa continuamente de pecado. Y la razón por la que aceptamos sus acusaciones con tanta celeridad es que todavía estamos esperando tener alguna justicia propia. Pero la base de esta esperanza está equivocada. Satanás ha triunfado al hacernos mirar en la dirección equivocada. Por tanto, gana su argumento, haciendo que quedemos desarmados. Pero si hemos aprendido a no tener ninguna confianza en la carne, nunca dudaremos de que pecamos, porque la misma naturaleza de la carne es pecar. ¿Comprende usted lo que digo? Es debido a que no hemos llegado a apreciar nuestra verdadera naturaleza y aceptar cuán indefensos estamos, que todavía albergamos en nuestro interior alguna esperanza en nosotros, con el resultado que, cuando Satanás llega y nos acusa, nos derrumbamos ante ello.
Dios puede muy bien manejar nuestros pecados; pero Él no puede manejar a un hombre que está bajo acusación, porque ese hombre no está confiando en la sangre. La sangre habla en su favor, pero él está escuchando a Satanás; Cristo es nuestro Abogado, pero nosotros, los acusados, nos alineamos con el acusador. No hemos reconocido que somos indignos de cualquier otra cosa que no sea la muerte, que, como veremos más adelante, no somos dignos más que de ser crucificados.